Riego y secano: el orden gravitacional del valle de Santiago

Rodrigo Pérez de Arce

Este es el plano del valle de Santiago de 1902, los llamados “acueductos del valle del Maipo” y sus extensivos sistemas de canalización cubren la totalidad de sus suelos, evidenciando la envergadura de una obra que transforma un valle semiárido en un oasis de riego, de suelo estéril a territorio productivo, determinando de paso estructuras territoriales que darán curso en el tiempo a infraestructuras urbanas. Esta impronta rural persiste en las estructuras urbanas de la capital hasta bien entrada la década de 1950, cuando ciertos municipios aún mantienen títulos de riego que posibilitan mantener el riego por acequias como sistema de manutención del arbolado urbano. Son los tiempos de grandes migraciones del campo a la ciudad y de un abastecimiento hortícola desde los huertos y chacras de su entorno. Al igual que los mapas antecesores de los siglos XIX y XVIII, el tópico de las aguas de regadío fuerza una ampliación del encuadre geográfico con el fin de inscribir la ciudad en la cuenca del Maipo, su principal fuente de agua, revelando la función del Zanjón de la Aguada como limahoya del Valle de Santiago y reconociendo en el Maipo –y no en el Mapocho- la principal fuente de abastecimiento. Las cotas de nivel manifiestan un registro del espacio natural que es matemático, medible y referenciado, como corresponde a la aproximación científica de la cartografía moderna. La orientación se ciñe a la convención del Norte hacia arriba y el punto de vista es ahora matemático y no fenoménico (ver reseña Registros múltiples del Convento del Carmen Bajo), en tanto el “observador” se traslada a un infinito que es por ello inalcanzable. Esto revela también una mayor conciencia respecto al valor de los suelos en un valle ahora colmado de actividad y uso. Estos suelos regados son por tanto bienes transables, materia de intercambio económico. De cierto modo este plano culmina la secuencia que hemos observado anteriormente (ver otras reseñas de Rodrigo Pérez de Arce), evidenciando los resultados de un proyecto de regadío y colonización de larga data. Desde ahora en adelante el crecimiento urbano estará guiado por las trazas del riego, invirtiendo en gran medida el esquema colonial según el cual la traza del damero –que es abstracta y absolutamente artificial- es importada al sitio, señalando un nuevo dominio e implantando una medida. Las lógicas gravitacionales distinguirán los mosaicos verdes y lozanos propios de este verdadero oasis de riego de las áreas del secano restringidas principalmente a los cerros isla, serranías, cordilleras y macizos. Por esta misma razón predominará la flora exótica en el valle y la nativa en los cerros, en un esquema de dualidades y contrastes que acompañará el desarrollo urbano de la ciudad hasta nuestros días. El mosaico predial es completo y ha copado las superficies del plan, distinguiendo desde entonces inequívocamente el riego del secano, las dos mitades que construyen el paisaje de Santiago. El esquema es de orden gravitacional, es decir, dependiente enteramente de los flujos naturales del agua según la ley de la gravedad. Si bien no se anuncia todavía el “barrio alto”, en la articulación de paños agrícolas todo puede ser descrito en función de la posición relativa de las aguas “aguas arriba” y “aguas abajo”. Es bueno recordar que esta distinción opera jerárquicamente puesto que los sectores altos, más cercanos a las fuentes de agua, la reciben también con menor riesgo de polución e impurezas denotando una jerarquía de base topográfica.