Excursión temprana

Catalina Valdés

La Cañada, emplazada en lo que hoy es la Avenida Bernardo O’Higgins, es tal vez una de las obras urbanas más determinantes de Santiago. Tras intensos trabajos de remodelación durante la década del ‘20 bajo el gobierno del propio O’Higgins, la “Alameda de las Delicias” se convirtió en un paseo peatonal flanqueado por álamos y canaletas que encauzaron las aguas de un antiguo canal que durante la colonia solía usarse como basural. Esta vía determinó el eje oriente-poniente paralelo al río Mapocho que aún hoy organiza el núcleo de la ciudad. Para la época en que fue pintado este cuadro, La Cañada ya era la principal calle de la ciudad, espacio de circulación y sociabilidad que capturó la atención de muchos extranjeros, dejando de ello registros en pintura y grabado. En el Archivo Visual de Santiago se pueden ver algunos de ellos, realizados por Gay, Pariossien y Scharf, Sorrieu y Charton de Treville. En este cuadro, la vista está tomada desde la ladera sur del Cerro Santa Lucía. Con gran precisión, el pintor da cuenta de la Cordillera de los Andes al fondo e incluso al costado izquierdo del cuadro se alcanza a ver una parte del Cerro San Cristóbal. Esta imagen se diferencia mucho de los otros ejemplos mencionados que privilegiaban la representación de La Cañada como espacio de sociabilidad. A excepción de Charton de Treville, que también retrata una escena matinal más sencilla y cotidiana de La Cañada, las otras imágenes, que circularon mucho por haber sido pasadas a grabado, muestran este lugar abarrotado de gente. En ellas se buscaba representar el vigor de la clase alta que, asumiendo los hábitos de la elite europea, se mostraba en estos paseos y comenzaba ya por esos años a construir eclécticos palacetes a los costados del paseo y en el Campo de Marte, también representado por Molinelli. Esta vista es sin duda un registro veraz de la ciudad y su entorno natural, pero es al mismo tiempo la expresión de una emoción nostálgica, o por lo menos, del ensimismamiento, que debe haber embargado esa mañana al pintor genovés. Poco se sabe de Giovato Molinelli. El historiador chileno Pereira Salas (1992) señala que llegó en 1858 de Italia, donde se desempeñaba como litógrafo y cartógrafo, y se quedó en Chile hasta 1861. La obra que realizó en este período fue expuesta al público nacional en la Exposición de 1869, organizada por la Sociedad Artística. La temprana luz deja todavía en penumbras el lugar donde está ubicado el pintor, correspondiente a todo el primer plano del cuadro. La sombra del cerro se extiende hasta La Cañada, por donde circulan unos pocos madrugadores. La evidente desproporción de esos cuerpos en relación a los edificios puede responder al hábito de muchos dibujantes litógrafos de la época, que agrandaban las figuras para luego facilitar el traspaso de la imagen a la plancha de grabado. El sol de la mañana ilumina ya el Cerro El Plomo, los faldones de la cordillera y buena parte de la ciudad. La vista es tan precisa en esta parte que la imagen se presta para contrastarla con la ciudad actual. Hoy en día, en lugar de los tejados de greda rojos, los patios con sus arcadas, veríamos desde allí el costado poniente del Centro Cultural Gabriela Mistral, al frente, la casa central de la Universidad Católica, las Torres San Borja y los demás edificios de la Plaza Italia más atrás… El Cerro Santa Lucía, que todavía se conocía como Huelén, era en esos años un oasis que otorgaba a los espíritus más sensibles un escape del ajetreo de la ciudad. Hoy, habiendo pasado por la primorosa urbanización que le diera el Intendente Benjamín Vicuña Mackenna a comienzos de 1870, sigue acogiendo a escolares y parejas que buscan alejarse del ritmo acelerado de la ciudad. En esta excursión temprana, Molinelli no buscaba realizar un cuadro de costumbres ni representar una escena de trascendencia histórica… quizás más bien quiso dejar plasmada la emoción de un paseo solitario mirando una pequeña ciudad amanecer frente a la inmensa cordillera.