Registros múltiples del Convento del Carmen Bajo

Rodrigo Pérez de Arce

Esta descripción cartográfica del Convento del Carmen de San Rafael (también llamado del Carmen Bajo), con sus fachadas abatidas, podría asemejar un procedimiento cubista, donde el ojo y el cuerpo del artífice –como también los del observador- están en movimiento, ojeando. El ojo y el cuerpo sobrevuelan el objetivo: el convento, sus patios y huertas, están representados en planta, mientras que las fachadas de casas, ermitas e iglesias son objetos que se presentan frontalmente en el entorno. Tal conjunto da cuenta de distintos registros: algunos objetos se presentan de un modo más parecido al de proyecciones ortográficas “objetivas”, mientras que otros aparecen haciendo referencia a la experiencia de una situación determinada; en este caso, nos remiten al universo del claustro: su entorno, el río, la ciudad, los arrabales y la montaña. El primer sistema de representación, que es más abstracto, posee un alcance instrumental, puesto que con estos planos es posible, por ejemplo, construir o inventariar. Al segundo podemos asociarlo en cambio a lo fenomenológico, es decir a la presencia en la representacion de un observador real, corpóreo y sensible, con su correspondiente punto de vista. De este modo, uno aparece como “estructura” mientras que el otro lo hace más como “paisaje” y vivencia, superponiéndose los registros y sus intencionalidades para construir una mirada compleja. Ambos han sido concebidos para verse simultáneamente. El dibujo es tal que para verlo propiamente habría que girarlo: aún no habían sido fijadas las convenciones que estipulan la orientación norte hacia arriba. Acentuando esa indeterminación, los abatimientos de fachada ocurren en todos los planos. El punto de vista –que no es el más usual para las descripciones tempranas de Santiago- está afianzado en la ribera norte del río, su trastevere, La Chimba – que en quechua quiere decir “la otra orilla”-, barrio de indios, extramuros e informal. En el flanco opuesto de la Cañadilla, frente al convento está la casa y los predios de cultivo del Corregidor Zañartu, quien según observa Eugenio Pereira Salas (1965), impulsó la fundación de “este séptimo monasterio de monjas de vida contemplativa, en una ciudad que tenía apenas en esa época 20.000 habitantes”. La ciudad propiamente tal aparece como un espacio dominado por estructuras monumentales, que para el caso son todas de orden religioso. También forman parte del casco urbano central los tajamares, delineados en planta, y las alamedas de sauces, un incipiente paseo. El río, quizá amenazante, está sin embargo mejor integrado que hoy a la vida cotidiana: las acequias se desprenden de su curso activando molinos en un uso del cauce como fuente de energía. Aparecen también los primeros ojos del puente de Cal y Canto todavía en construcción. El patio es un elemento de orden en este contexto, ya que es de naturaleza más agreste que el plano urbano desplegado en la ribera opuesta. En su contorno, éste encierra una porción del territorio, le otorga forma, escala y medida, construye un ambiente manejable y domesticado, enfoca su atención al cultivo y realza la artificialidad que es propia de la implantación urbana. La estructura del claustro establece la clásica división en cuadrantes comúnmente asociada a las descripciones del paraíso, reiterando a escala mayor la estructura espacial dominante en las mejores residencias de la época, cuya tónica es la introversión del espacio doméstico. La exagerada proporción de las torres campaniles se explica quizá también porque desde estos amplios patios ellas son las únicas evidencias de obra humana visibles por sobre los tejados, única medida humana respecto al colosal espectáculo de la montaña. Singulares o apareadas, las torres son elementos de puntuación, estructuras jerárquicas y signos que llegan a ser tan diferenciadores como debe haber sido el tañido de sus campanas en la atmósfera de esta ciudad pequeña. Situado sobre la Cañadilla –actual Independencia- el monasterio enfrentaba el cabezal norte del Puente de Cal y Canto. El plano de Badarán de 1783 indica con claridad los patios del monasterio y su relación con las rampas del nuevo Puente de Cal y Canto. En ese mismo plano se propone sustituir los sauces del paseo por olmos que son “árboles de mayor frondosidad”.